Se sentó en el escritorio. El monitor brillaba. Afuera estaba oscuro.
"Muéstrame el bug," le dijo a la IA.
El cursor parpadeó. Aparecieron líneas de código. Código limpio. Código bueno. Mejor que el suyo.
Había programado por quince años. Ahora la IA programaba mejor. Encontró el bug en el módulo de autenticación. Lo arregló. Lo deployó. Los usuarios estaban contentos.
En la cocina se sirvió café. Dos moscos volaban alrededor del foco. Los mató. Aparecieron cuatro. Mató esos. Llegaron ocho. Su mano estaba cansada.
"Qué raro," dijo.
Se derramó el café molido. Algunos se movieron. Como hormigas. Hormigas cafés caminando. Luego volvieron a ser café molido.
Regresó al escritorio.
"Construye la nueva función," le dijo a la IA.
La IA la construyó. A los clientes les encantó. Entró dinero. Más dinero que antes. El negocio creció.
Le dolía la cabeza. Fue al jardín. La planta de fresas estaba en lodo. Demasiada agua. Ahogándose. Dejó de regar.
Adentro, la IA había escrito más código. Código hermoso. Soluciones elegantes. La valuación de la empresa se duplicó. Luego se triplicó.
Los moscos regresaron. Cientos ahora. El café molido se arrastraba por la barra. Sus manos temblaban.
Miró el monitor. Tres de la mañana. Su reflejo en la pantalla negra. Sin interfaz de IA. Solo sus ojos inyectados de sangre. Sus dedos en las teclas. Moviéndose.
"¿Cuándo escribí esto?" dijo.
Los commits del código. Todos firmados por él. Timestamps durante la noche. Cada noche. Código que no recordaba escribir.
Encontró los frascos de pastillas. Vacíos. Las notas del doctor. "Agotamiento severo. Episodios disociativos. Se recomienda descanso inmediato."
No había IA.
Nunca había existido una IA.
Solo él. Programando en la oscuridad. Su mente dividida en dos. Una parte durmiendo. Una parte tecleando. Creando lo que ya no podía crear despierto.
Vendió la empresa. Ocho cifras. Suficiente.
Compró un ranchito. Aprendió a hacer pan. La masa era real bajo sus manos. Sembró verduras. La tierra era real. Alimentó gallinas. Sus huevos eran reales.
Los moscos se fueron. El café molido se quedó quieto.
A veces, amasando en la luz de la mañana, se preguntaba si esto también era código. Si el pan era una función. Si las gallinas eran objetos. Si el jardín era un array.
Decidió no pensar en eso.
Las fresas crecieron bien. Ya sabía cuándo dejar de regar. Eso era suficiente.
A veces parece que vivimos en una simulación y que la IA no es real.

